Bill Brandt. Joven del East End bailando «The Lambeth Walk», marzo de 1939. Private collection, Courtesy Bill Brandt Archive and Edwynn Houk Gallery. © Bill Brandt / Bill Brandt Archive Ltd.
Art The Moment

Bill Brandt, el fotógrafo que amaba los secretos

Fundación Mapfre presenta en Madrid la primera retrospectiva en España dedicada al fotógrafo británico Bill Brandt.

Primero fue en Barcelona, con motivo de la inauguración del KBr. El nuevo espacio que la Fundación Mapfre dedica a la imagen en la ciudad condal se abría el pasado otoño con una muestra, pionera en nuestro país, sobre la trayectoria artística de Bill Brandt. El montaje expositivo recién llega a la sala Recoletos de Madrid como parte de la sección oficial de PhotoEspaña 2021. Considerado uno de los fotógrafos británicos más influyentes del siglo XX, Brandt abordó a lo largo de cinco décadas los principales géneros de la disciplina (reportaje social, retrato, desnudo y paisaje) impregnando su trabajo de esa particular mirada ilusoria que le caracterizó desde el inicio.

Aunque en su biografía figura como fotógrafo londinense, Hermann Wilhelm Brandt nació en Hamburgo el 3 de mayo de 1904, en el seno de una adinerada familia de origen ruso. Se instaló en Londres, eso sí, treinta años después e hizo de su pasado una nube tan difusa con su propio arte. Antes había vivido en Viena y en París, donde se formó en el estudio de Man Ray y bebió de las fuentes de las primeras vanguardias parisinas. Todo fue por la foto que le hizo a Ezra Pound en la capital austriaca. Durante esta etapa inicial, Brandt retrata escenas callejeras medio oníricas, las noches parisinas tibiamente iluminadas y ambientes casi siempre inquietantes tocados por el surrealismo.

Realiza con Eva Boros —estudiante también de Man Ray y André Kertész— numerosos viajes a la estepa húngara, a su Hamburgo natal y a España: Madrid, Barcelona, Mallorca… Aquel verano en la isla Brandt se deshizo de sus raíces alemanas, inventando un nacimiento británico y creando un corpus artístico en el que el Reino Unido se sitúa como núcleo de su identidad. “Bill Brandt fue un hombre que amaba los secretos y los necesitaba”, escribe Paul Delany, su biógrafo oficial. “La cara que presentaba al mundo era la de un caballero nacido en Inglaterra, alguien que fácilmente podía armonizar en las carreras de Ascot que tanto le gustaba fotografiar. […] Enterró su verdadero origen y se presentó a sí mismo como una persona completamente distinta de la que había sido”.

En Londres se entregó a las delicias propias de la clase alta. Las carreras de Ascot, los paseos por Mayfair y sus exclusivas mansiones convivían en su ideario artístico con retratos y escenas de las clases populares, pero sin mezclar unas y otras. Todo tenía su espacio y estaba debidamente determinado. De hecho, su primer libro, The English at Home (1936) es una clara muestra de la contraposición estética de las dos clases sociales enfrentadas. En formato alargado, Brandt desarrolla dos discursos narrativos paralelos alternado página par/impar.

Aunque parece una historia visual espontánea y natural, nada más lejos de la intención del fotógrafo. Al igual que difuminó su pasado alemán y cualquier relación con el ascenso de Hitler, renaciendo como un auténtico caballero británico, el maestro del cuarto oscuro preparaba a conciencia cada imagen, retocando sus negativos hasta lograr el efecto deseado.

Él, que revelaba sus propias fotografías, consideraba imprescindible el trabajo en el laboratorio poniendo en práctica todas las técnicas aprendidas —aumento, ampliación, el uso de pinceles, raspadores u otros útiles— y retoques manuales que confieren a su trabajo ese halo amenazador asociado al concepto freudiano de lo unheimlich (lo siniestro).

Con la Segunda Guerra Mundial, las diferencias de clases pasan a un segundo plano. Durante este periodo, Brandt  trabaja para el Ministerio de Información y realiza dos de sus series más célebres: por un lado, las instantáneas de centenares de londinenses durmiendo en estaciones de metro convertidas en refugios; por otro, las de la superficie de la ciudad, un Londres fantasmal, sin otra iluminación que la luz de la luna como medida de protección contra los bombardeos. Tras la contienda aborda el retrato ya de manera profesional y comienza a experimentar con las alteraciones espaciales, las atmósferas brumosas y la indefinición de las formas. Convierte así el paisaje en un instrumento de interpelación como si quisiera capturar el espíritu antes que el lugar físico. Tal es el caso de Hail Hell & Halifax (1937) o Río Cuckmere (1963).

A finales de la década de 1970, Bill Brandt retomó el tema del desnudo, una disciplina que ya había ensayado en décadas anteriores. Esta vez lo hace de forma disruptiva, exaltando la imperfección a través de fragmentos del cuerpo y distorsiones poéticas.

Del 3 de junio al 29 de agosto, ciento ochenta y seis instantáneas de Bill Brandt llenan de misterio y belleza las paredes de la sala Recoletos de Madrid. Un despliegue inédito hasta ahora que se complementa con escritos, algunas de sus cámaras fotográficas, entrevistas y publicaciones de la época.

El recorrido, dividido en seis secciones, trata de mostrar cómo reportaje social, retrato, desnudo y paisaje —en los que la identidad y el concepto de “lo siniestro” se convierten en protagonistas— confluyen en la obra de este ecléctico artista, considerado siempre un paseante empedernido.

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Todas las fotografías son copias de época realizadas en gelatina a las sales de plata por Bill Brandt.

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