Entre los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, el Modernismo se instala como corriente artística y literaria en una época marcada por los cambios sociales y el auge de la vida urbana y cultivada. En ese ritmo impuesto por la modernidad, se aprecian ciertas notas de nostalgia e incertidumbre ante la perspectiva de un mundo que languidece frente a lo desconocido y la renovación cultural, social y estética. Tal vez por ello el arte de la época se barniza de melancolías crepusculares, parajes enigmáticos, soles de medianoche o mares tan pronto enfurecidos como inmóviles en el horizonte.
En mitad de esa dicotomía entre el progreso y la tradición, la vorágine urbana y la añoranza de la placidez de antaño, el idioma de las nuevas tecnologías y el simbolismo incipiente, el color azul se presenta como el remedio perfecto para paliar casi todas las dolencias del alma de entresiglos; como una metáfora de lo onírico, de los espacios idílicos, de las verdades eternas que nos resistimos a aniquilar. Da igual cuándo y dónde. La sombra del pasado es normalmente el manto protector frente a lo desconocido. En él nos refugiamos.
Obra Social “la Caixa” se hace eco del poder evocador del azul en la estética modernista con una exposición centrada en el análisis del papel de dicho color en la escena artística del momento. Tras su paso por Sevilla y Zaragoza, la exposición Azul. El color del Modernismo llega a CaixaForum Palma “con el objetivo de promover la divulgación en torno a una época clave para entender la sensibilidad contemporánea”, apunta Teresa-M. Sala profesora titular de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona y comisaria de la muestra.
Azul. El color del Modernismo se organiza en cinco ámbitos temáticos que exploran el significado de los diferentes tonos de azul y cómo inspiró a los modernistas en su percepción visual y emocional. En la trastienda (y el título) de la muestra flota un libro de Rubén Darío publicado en 1888, que se alza como la poetización de las sensaciones y relaciones entre el paisaje, los fenómenos naturales y el subconsciente y los estados de ánimo.
El protagonismo de este tono habitualmente asociado a la espiritualidad y la poesía no es un fenómeno casual en el movimiento modernista. Ya durante el Romanticismo, arte y literatura se teñían de azules preciosos como el lapislázuli o el índigo. No en vano, Baudelaire consideraba que el azul emergía de la belleza enigmática de las sombras para devenir un símbolo vinculado a lo inalcanzable. Es muy significativa la sublime influencia de la representación de los cielos (y sus matices) o los mares tempestuosos plasmados por genios románticos como Constable o Turner.
También las estampas japonesas, tan evocadoras y cercanas al exotismo y la delicadeza, suponen una fuente de inspiración incalculable. Para los modernistas, los aizuri-e representaban las palabras de la pintura y el ideal de belleza e intimismo frente al acecho implacable del materialismo.
Con la llegada del cine y las nuevas técnicas pictóricas, se unieron a la tradición artística los pigmentos sintéticos (ultramar francés, Prusia, cerúleo), ampliando así el espectro cromático dirigido a expresar sentimientos ligados al misterio, los viajes interiores, el misticismo o el más allá.
La muestra, organizada por “la Caixa” en colaboración con el MNAC y los Musées d’Art et d’Histoire de Ginebra, cuenta con 67 obras de Courbet, Picasso, Ferdinand Hodler, Santiago Rusiñol, Joaquín Torres-García o Isidre Nonell, entre otros. Destaca la presencia del óleo de gran formato La cala encantada, en el que Joaquim Mir desarrolla su personal interpretación del color azul. Era 1901 cuando el pintor instalado en Deià descubre la citada cala Sant Vicenç, cuyo “mar cobalto” en pugna con las “rocas encendidas” versionó en tres ocasiones.
Tras el parón Covid-19, CaixaForum Palma prorroga el periodo expositivo hasta el próximo 12 de octubre.
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