No era el mejor ni el peor de los tiempos. Tampoco la edad de la sabiduría ni de la incredulidad. Cuando Anthony Hernandez salía a recorrer las calles de su ciudad natal, tal vez fuera la época de la luz, la de la luz de su mirada. Y la del desconcierto que captaba con el pequeño objetivo de una Nikon de 35 mm. Eran los tiempos del blanco y negro, del auge de la fotografía de calle norteamericana liderada por Robert Frank, Garry Winogrand o Lee Friedlander. Pero Hernandez no lo sabía.
Él, Anthony Hernandez, hijo de inmigrantes mexicanos, nacido y criado en Los Ángeles, descubría su entorno a golpe de curiosidad, de pasos vacilantes sobre las inmensas extensiones de asfalto y cemento, espacios desolados, hostiles y ajenos a los seres humanos que los habitaban. Eran los años 60 cuando el jovencísimo fotógrafo, virgen visual y autodidacta visionario retrataba la ciudad no como mero escenario de acontecimientos cotidianos, sino como tema en sí mismo.
Fundación Mapfre presentó el pasado 29 de enero en Madrid la primera exposición en España de Anthony Hernandez. Se trata de una retrospectiva que explora y repasa la prolífica carrera del fotógrafo, celebra su personal estilo artístico de calle y su evolución a lo largo del tiempo. La muestra, que cubre los más de cuarenta y cinco años del artista, está compuesta por 114 fotografías articuladas en secciones temáticas, que siguen además una secuencia cronológica. Algunas excepciones ponen de manifiesto cómo determinados motivos visuales recurrentes atraviesan el paso del tiempo. Ha sido organizada por el Museum of Modern Art de San Francisco y comisariada por Erin O´Toole.
Desconocedor de las tradiciones del medio fotográfico Anthony Hernandez desarrolló su particular forma de entender la fotografía de calle a través de las peculiaridades de su ciudad natal y una mirada en cierto modo vinculada al compromiso social. A lo largo de su carrera, ha pasado con sutil elegancia del blanco y negro al color, de las cámaras de 35 mm a las de gran formato, del retrato humano al paisaje, de la abstracción al detalle. Con semejante fluidez ha construido una obra inusualmente variada, siempre aglutinada por su arrebatadora belleza formal.
El recorrido de la exposición comienza con la sección Fotógrafo de calle, en la que se pueden observar sus primeros trabajos urbanos en el centro de Los Ángeles, realizados con una Nikon de 35mm. Sin saberlo entonces, su estilo se asemeja a la tradición americana de la fotografía de calle, liderada por figuras como Robert Frank, Garry Winogrand o Lee Friedlander.
En 1984, Hernandez hace su primera incursión en el color en la serie Rodeo Drive. Este tránsito supone un punto de inflexión en su carrera no sólo por el abandono definitivo del blanco y negro, también es la última serie en la que incluye la figura humana. Cambio que puede observarse en la siguiente sección: La ciudad como tema. En este apartado se vislumbra con claridad su manera de escudriñar la gran urbe del sur de California no como mero escenario de acontecimientos, sino como tema en sí mismo. Encontramos cuatro series realizadas entre 1978 y 1982, Paisajes automovilísticos, Zonas de transporte público, Cotos públicos de pesca y Zonas de uso público, que también recogen la diferencia de clases que configuran la realidad social del momento.
Ausencia y presencia recoge las series Campos de tiro y Paisajes para los sin techo. En estas imágenes, la presencia humana sólo se intuye a través de los rastros que deja a su paso y conecta con la sección Ruinas urbanas, centrada en la exploración sobre temas visuales recurrentes en su imaginario creativo desde finales de los años noventa: paredes de ladrillo, vallas, ventanas y huecos de diversos tamaños y formas. Estas obras nos acercan a un Hernandez más conceptual, vinculado en ocasiones al arte contemporáneo, el minimalismo y el movimiento Light and Space.
Las series Todo y Forever se agrupan en la sección Señales y huellas y muestran el retorno del artista a los márgenes del río en los que jugó de pequeño, convertidos hoy en vertederos y asentamientos de personas sin hogar. Un mundo ajeno al de su infancia que fotografía lo que los individuos que habitaban en esos lugares podían ver desde sus improvisadas camas.
Descartes agrupa su trabajo más reciente: imágenes tomadas entre el año 2012 y 2015, en comunidades del desierto al este de Los Ángeles durante la peor etapa de la última crisis económica y la ola de desahucios. El fotógrafo combina en ellas paisajes, naturalezas muertas, interiores y algún retrato. La exposición se cierra con Imágenes filtradas. El fotógrafo regresa a Los Ángeles y enfoca su cámara en los paneles de metal perforado de las paradas de autobús. A diferencia de otras series anteriores en las que la ciudad parecía expandirse indefinidamente, en esta el espacio queda aplanado y comprimido, suavizado por formas simplificadas y manchas de vívidos colores.
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