Viernes 20 de mayo de 1927, aeropuerto Roosevelt, Long Island, Nueva York. El piloto de Detroit Charles Lindbergh se prepara para hacer historia. Y aquí nace también esta otra historia, la de un magnífico reloj, el Longines Lindbergh Hour Angle Watch.
Todo está preparado en el aeródromo, él, el monoplaza, el público… y tiene la atención mundial. Su hazaña suena a locura, a suicidio: recorrer volando en solitario la distancia entre Nueva York y París sin escalas. Los periódicos le llaman “el loco del aire“. Pero Lindbergh está seguro de poder lograrlo. De hecho está seguro de poder conseguir la recompensa de 25.000 dólares que ha ofrecido un empresario franco-americano, Raymond B. Orteig. Esto le motiva.
En el empeño ha conseguido financiación de empresarios del Raquette Club de Saint Louis, Missouri, para construir su avión, el Ryan NYP (New York - Paris) al que llamaría en su honor Spirit of Saint Louis. Y en su empeño también ha convencido a la Ryan Airlines de fabricar en tan sólo 2 meses un monoplaza basado en el Ryan M-2 para ahorrar tiempo. El nuevo monoplaza se aligera y se modifica en un tiempo record, y aún así cuando vaya a despegar de Long Island con destino al aeropuerto de Le Bourget, en París, tendrá que elevar 2.380 kg. Sin embargo con este avión, en un vuelo en pruebas entre San Diego y Nueva York, ha logrado batir un récord de velocidad que pasa desapercibido. Se siente cómodo.
La estructura del avión es de madera y el fuselaje está hecho de tubos de acero. Para suprimir peso se reviste simplemente de tela, lo que supone un inconveniente que deberá afrontar Lindbergh a 2000 metros en pleno vuelo. Pero él se siente seguro. Tan seguro que ha optado por un sólo motor. Si llevara tres motores debería cargar más combustible y las posibilidades de que se estropee uno de ellos aumenta; con dos motores sigue contando con el doble de posibilidades de que se estropee uno de ellos y el otro no lo sostenga en el aire. Se lo juega todo a una carta, a un solo motor.
Y se la juega con el resto también. Simplemente cargará con lo imprescindible. De hecho sólo llevará cinco sandwiches, un poco de chocolate y una cantimplora para toda la travesía. Sólo el combustible, para el que se ha creado un depósito especial justo delante del piloto -para mantener el centro de gravedad del avión- pesará más de la mitad de las 2,38 toneladas del avión. Y este depósito le impedirá ver los que tiene delante, tendrá que asomarse o mirar por un pequeño periscopio. Hasta prescinde de la radio y sustituye el asiento por uno más ligero, de mimbre, para eliminar peso. Tampoco lleva paracaídas. El loco...
7:52 de la mañana. Todo el mundo se estremece en el aeropuerto Roosevelt cuando el avión se tambalea por la pista antes de despegar, pero despega, a pesar del fango. Lindberg no sabe aún el tiempo en que logrará la hazaña, pero se lo toma con calma. Alcanza una velocidad media de 176 km/h que le permita no acabar con el combustible antes de tiempo. Le quedan por delante 5800 kilómetros sobre poca tierra y un inmenso y duro atlántico, muchas horas, sueño, turbulencias, un frío del que no logra despojarse y que le mantiene despierto, y hasta nieve. Y la soledad, la sensación de vacío, los pensamientos, los miedos.
Cuando lleva más de 33 horas de vuelo sobrevuela París, de noche ya. Gira por encima de la Tour Eiffel e intenta localizar el aeropuerto de Le Bourget. Le esperan cien mil personas, pero a duras penas localiza el final de la pista mal iluminada y los Hangares, a oscuras. Hace un primer intento de aterrizar y tiene que remontar, da la vuelta y lo consigue con cierta dificultad. Han pasado 33 horas y 32 minutos, exactamente. Lindbergh lo ha logrado, deja de ser “el loco del aire“ y se convierte en un héroe, en un hombre capaz de completar la hazaña más loca.
El tiempo de la hazaña lo mide el relojero suizo Longines, Cronometrador Oficial de la Federación Aeronáutica Internacional, que además homologa la aventura para que fuera añadida también a la lista de récords aéreos. La marca y el piloto establecen una gran relación y colaboración de la que nace poco después el reloj de ángulo horario de Longines, en cuyo diseño, como en el del monoplaza Ryan NYP, se involucra activamente Lindberg.
90 años después de al hazaña la marca relojera lanza una edición especial, numerada y limitada a tan solo 90 unidades, de aquel reloj mítico de la casa que permitía a los navegantes y aviadores no sólo medir el tiempo si no obtener la longitud de su posición en las largas distancias con rapidez, eficacia y sobre todo precisión. Por eso su esfera es realmente grande, de 47,5mm, para facilitar la visibilidad y lectura en cualquier condición. El nuevo Longines Lindbergh Hour Angle Watch 90th Anniversary es en esencia el mismo pero ha sido finamente rediseñado para conseguir un aspecto más moderno que no nos cabe duda Lindbergh aprobaría.
Con una reserva de marcha de 46 horas, el Longines Lindbergh Hour Angle Watch 90th Anniversary, muestra horas, minutos, segundos, longitud en grados y minutos de arco y un bisel giratorio para ajustar la ecuación del tiempo. La esfera central es giratoria y se sincroniza con una señal de radio horaria para ajustar el segundero. De titanio y con bisel de acero ultraresistente PVD en negro, corona inglesa de acero y cristal de zafiro, la esfera se decora con números romanos y minutería tipo ferrocarril pintada en negro.
Su precio es de 5.090€. No es precio para un gran reloj, menos si es una edición limitada. Pero sobre todo es el precio de un reloj con historia, que, como decíamos en un artículo anterior, es toda una declaración personal, la de la capacidad de superar grandes retos y conseguir inmensas hazañas. Y además nos gusta por su elegancia. Un Longines, el Longines Lindbergh.
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