El 16 de diciembre de 1770, en el 515 de la calle Bonngasse de Bonn, nace el hijo del Director de la orquesta de la ciudad, nieto también del Maestro de Capilla de la corte. Su padre, empeñado en que siguiera sus pasos y los de su abuelo, comenzó a enseñar al niño desde muy pequeño, piano, órgano y clarinete. Y el niño resultó ser un prodigio y con tan solo siete años daba ya su primer concierto, en Colonia.
Aquel niño se llamaba Ludwig van Beethoven y con los años, al tiempo que se convertía en uno de los compositores más importantes de todos los tiempos, se iría quedando sordo. Para poder seguir componiendo se valió de los inventos de su amigo holandés Johann Mäzel que entre otras cosas en 1816 se atribuiría el invento del metrónomo aunque éste había sido realmente inventado por Dietrich Nikolaus Winkel cuatro años antes.
Durante los años siguientes (1818-1824) en que Beethoven compuso la famosísima novena sinfonía, ya recomendaba enérgicamente el uso del metrónomo para que su música se interpretara siempre con el tempo con el que él la había compuesto -y no con la poco fiable medida del pulso medio humano como se hacía hasta la fecha- anotando los tempos del metrónomo en sus partituras. Allegro, andante, presto definen la novena sinfonía, quizás la obra más popular de Beethoven, el compositor que mejor representa el paso del clasicismo al romanticismo.
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