Los relojes esqueletos son muy frágiles porque se ha eliminado la mayor parte del material para dejar su mecanismo reducido a la esencia. Esta es la norma general, pero siempre hay excepciones y el nuevo reloj esqueleto de DeWitt, el Twenty-8-Eight Skeleton Tourbillon, es, sin embargo, un reloj robusto. Su arquitectura esqueletada es resistente. Su platina es de alpaca arenada calada con un laberinto de curvas, círculos y rectas y está engastada con 215 brillantes.
DeWitt ha trabajado la profundidad y la perspectiva del mecanismo de cuerda manual colocando sus componentes en distintos niveles. El brillo de los diamantes es solo una invitación a profundizar en un juego de superposiciones que más allá de la estética tiene todas las claves de la precisión y de la mecánica refinada. El volante del mecanismo bate a una frecuencia de 18.000 alternancias/hora y su reserva de marcha es de 72 horas.
El juego de transparencias es muy visual pero cuando un reloj tiene un tourbillon irremediablemente la vista se dirige siempre hacia él. Su grácil rotación es como un péndulo que hipnotiza y en el caso del Twenty-8-Eight Skeleton Tourbillon tiene el atractivo añadido de su puente de estilo Art Déco.
DeWitt ha manufacturado este calibre siguiendo “sus normas vanguardistas”. Los acabados de todos los componentes han sido realizados a mano, incluso los de los minúsculos tornillos, y después se han ensamblado a mano.
DeWitt ha creado un traje a medida para este movimiento y no es otro que una caja redonda de 43 mm en oro gris de cómodas proporciones con los laterales decorados con las columnas imperiales de la marca, algo más discretas en este modelo, que forman parte de su ADN. La corona también está decorada con estos pilares que Jerôme DeWitt, el fundador de la marca, ha adoptado como identidad y que le recuerdan sus regias raíces pues es descendiente directo de Napoleón Bonaparte.