Había pasado su vida entre maletas, abriendo y cerrando puertas, sonriendo e incluso forzando la sonrisa. Por su lado habían desfilado jeques, príncipes, altos ejecutivos y herederos de grandes fortunas. Y aún así no podía olvidarla a ella.
Llegó de madrugada, tenía el pelo pelirrojo recogido en una trenza más bien deshecha. Unos zapatos de tacón muy alto le complicaban el paso tras los charcos de lluvia y el inmenso baúl con el que trataba de avanzar sin éxito.
Esperaba a que le asignaran una habitación y mientras lo hacía, jugaba con el pelo de la trenza entre sus dedos. -Aquí tiene su llave, la 503 madame. Y tras un gesto del recepcionista se puso a su lado y cogió su equipaje.
De camino al ascensor notó como desprendía un ligero aroma a jazmín y a rosa, pulsó el botón de subida y esperaron a que llegara. El tintineo de unas llaves rompía el silencio del hall, hasta que se abrieron las puertas y comenzaron a subir.
Ya en la habitación con mucha discreción ella puso un papel y unas monedas en su mano, él la miró, le dio las gracias y se lo metió en el bolsillo.
Cuando llegó a casa, se quitó el uniforme y mientras hacía recuento de las ganancias del día, encontró la nota: “Quiero ser tu historia”.
Así es como podría presentarse el llavero Groom de Louis Vuitton que rinde homenaje a ese gran captador de relatos: el botones. Una figura discreta, que tal y como recogía el eslogan publicitario de la casa francesa de 1921, era capaz de reconocer la generosidad de una futura propina, simplemente observando con detalle las maletas de un cliente. Un elemento más que evidencia la relación natural de Vuitton con el mundo del viaje y de los hoteles de lujo.