Dicen que la felicidad es algo pasajero, una cuestión de instantes. Eso dicen. Que la sientes cuando menos la esperas. Que hay que ir tras ella pero sin obsesiones, con buena actitud, con determinación. Pero también es verdad que si decides prepararlo todo para no dejarla pasar cuando llegue, pues mejor.
Y si no atentos a la historia.
Para ponernos en situación debemos viajar mentalmente a Suecia, ese lugar para perderse entre arbustos de bayas rojas, salmones y chocolate, a finales de la primavera del bisiesto 2008, con el frío a punto de asomar tras las esquinas.
Un grupo de diseñadores. De los modernos. De los que imaginas con melenas desaliñadas, gafas de pasta, pantalones pitillos y una mezcla de estampados imposibles combinados a la perfección, trabajaban dentro de un caserón construido hace más de cuatrocientos años. Rojo por fuera, y mucho verde alrededor.
Ellos muy fans del color y de las cosas llamativas, andaban inmersos en uno de esos procesos creativos, cuando de pronto tuvo lugar la visión: convertir algo cotidiano y esencial, en un objeto de deseo capaz de transmitir felicidad.
Y como el termómetro empezaba a ir a la baja, pues todo ocurrió de una forma providencial.
Así es como nacieron los Happy Socks. Unos calcetines que si con mirarlos ya esbozas una sonrisa, debe ser ponértelos y sentirte como unas castañuelas.
Seguro que con ellos y con su colección CHAPTER #FIVE, tus pies en invierno ya no volverán a sentirse igual. ¿Te animas?
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