Jaquet Droz se hizo famoso en el siglo XVIII en todo el mundo por sus automatismos. Pajarillos cantores e ingenios incorporados a sus relojes. Su primera fortuna, seis relojes de péndulo que le vendió a Fernando VI, Rey de España, por 2.000 doblones de oro, un dinero que le permitiría volcarse de lleno en la fabricación de nuevos relojes, automatismos e ingenios junto con su hijo y el joven Jean-Frédéric Leschot con el que comenzaría una larga y azarosa asociación.
En 1773 creó tres autómatas, The Writter, The Musician y The Draghtsman. Los tres autómatas eran en aquel momento algo nunca visto antes y fueron expuestos en Londres, Madrid, Rusia y París para regocijo de las grandes noblezas de la época, Luis XVI y Maria Antonieta entre ellos. Quizás estos autómatas que le dieron a los trabajos de Droz el renombre merecido y gracias a los que sus relojes comenzaron a venderse en todo el mundo, exportándose hasta China, sean de las creaciones más significativas de Droz.
The Signing Machine es el último automatismo de la casa Jaquet Droz, y rememora al más significativo de aquellos autómatas, The Writter, capaz de escribir en cursiva frases predefinidas mucho antes de que existieran los ordenadores ni se pensara en ellos. The Signing Machine, una pequeña miniatura que se equipara en tamaño a un smartphone es capaz de reproducir con exactitud la firma de su propietario.
La belleza de su ingenio y de su mecanismo queda visible tras una ventana de cristal, para maravillarse con todo el movimiento necesario para reproducir la firma. Un brazo articulado sobre el que se encaja el bolígrafo libera y arma el mecanismo protegido por cuatro dígitos. Elegante y atractivo por fuera, ingenioso y único por dentro, la mayor parte del mecanismo se fabrica a mano y bajo pedido para cada propietario.
Un ingenio mecánico en la era digital, The Signing Machine es de una belleza hipnótica en su movimiento y una significativa elegancia. Un objeto de deseo.