Cuando arte y moda se fusionan, Prada suele situarse entre los primeros puestos. Y no solo por el ingenio colorista y precioso de Miuccia. Indiscutible. Sino por la íntima relación que siempre ha unido a la prestigiosa firma italiana con la distorsión, el diseño futurista, el pop art, el hiperrealismo... No hay más que dar un repaso a sus Real Fantasies o a sus Collages y Psicodelias para comprobarlo.
Historias de seducción, paisajes cinematográficos, escenarios imposibles nos transportan al universo del lujo, a mundos prácticamente inaccesibles donde anhelos y aspiraciones se dibujan en pequeñas deliciosas quimeras, construyendo una especie de realidad utópica, irrealizable. Aunque, muchas veces, lo inalcanzable es lo que más nos acerca a lo sublime.
Por ello, tras el cristal, Prada se declina en lujosas maderas, imponentes lámparas recién salidas de palacio, transparencias, reflejos dorados y metales oscuros que despiertan el deseo. Majestuosas escaleras de mármol invitan a soñar, a imaginar qué encontraríamos al final de las mismas. Maniquíes vestidos de fiesta cobran vida para mostrarnos espléndidos baúles vintage poblados de flores, bolsos y maletas casi preparadas para partir o tal vez recién llegadas de un viaje sideral. La estrategia del espejo. Y la luz… Un elemento esencial en cualquier escenografía que Prada maneja con extraordinaria soltura.
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