"It's very refreshing to know that there are still places open to irony and wit and, for sure, Prada is one of them". Roman Polanski.
El diablo viste de Prada porque se rinde a los placeres, no conoce límite de condición alguna, no hay gusto que escape a sus caprichos, no mide comos ni porques, la consecuencia no existe en su vida, ni tan siquiera en su lenguaje, tan sólo el gozo y las pasiones desatadas que han de ser complacidas marcan el paso y el ritmo en su vida... y, reconozcámoslo, todos somos un poco diablo, todos llevamos un pequeño yo ególatra que ansía el placer y el lujo, el triunfo y la victoria... a todos nos gusta concedernos, aunque sólo sea un momento, un capricho, un gusto, un placer... ser por un día o un minuto el centro de la admiración y el elogio porque todos somos, en esencia, humanos.
Y cómo no rendirnos al placer de las texturas suaves y envolventes, al color de reyes y reinas, a la piel... al juego y la ironía... a Prada.
Eso debió pensar Roman Polanski cuando le propusieron rodar para Prada, sin condición ni traba de ninguna clase, dejando a sus ideas y libre albedrío el cómo, cuándo y con quién... Y eligió a Helena Bonhnam Carter, atrevida en malva y rojo, elevada en un tacón que abandona con desgana metiéndose en el papel de Meryl Streep, en el ser de Miranda Priestly y en la piel del mismo diablo... mientras un Ben Kingsley serio, apático, ajeno al glamour y al lujo se sienta a escucharla... y cae rendido a la piel, a la clase, el estilo, el malva... al abrazo de Prada y del diablo...
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