Házmelas.
Búscamelas.
Merezco ese instante de desconexión absoluta.
Para bajar el ritmo.
Para liberar tensiones.
Para hacer un paréntesis.
Para olvidarme del mundo.
Porque a veces basta con unas cosquillas para saber que todo sigue en orden.
Y después, si quieres, podríamos reírnos a carcajadas.
Pero antes, hazme cosquillas; suaves, con forma de caricia, que desencadenen un torrente de sensaciones y paren el tiempo que no tenemos; cosquillas que se conviertan en una corriente eléctrica que me ponga el bello de punta. Que me hagan sentir escalofríos. Que recuperen mi energía como si de un sueño reparador se tratase. Cosquillas adictivas. Placenteras. De esas que me dejan al borde de la risa pero no. Hazme consquillas.
Y después, si quieres, podríamos reírnos a carcajadas; por los viejos tiempos.
En pleno barrio de Chamberí, en el corazón más castizo de Madrid, ese deseo se hace realidad: es Cosquillearte, el primer centro de cosquillas del mundo.
Apetece, ¿verdad?