Murmullo de hojas perezosas mecidas por el viento del sur llena el vacío de la tarde estival. Entra sigiloso en los recuerdos de la infancia, cuando no había nada que hacer, excepto respetar con sumisa obediencia el descanso de los adultos. Ahora, con la edad, se agradece y hasta parece una canción... o cinco canciones.
Murmullo de aguas frescas que corren buscando encontrar su mar. Tintinean sin alardes ni estridencias en un aleatorio ritmo imposible de reproducir. Respira la siesta, suspira el tiempo. Su ruido sordo parece una canción.
Murmullo de pájaros e insectos que se olvidan del calor y del sol. Con sus vuelos y revuelos, sus zumbidos y chicharras fijan la hora del medio día y el principio del atardecer. Suspiro de vida que hasta parece una canción.
Murmullo de niños que juegan al borde del estanque con consolas de imaginación e inocencia. Sus risas y sus gritos salpican de vitalidad el letargo apático y dulce de la siesta. Futuro pluscuamperfecto que hasta parece una canción.
Murmullo de música con desgana y de obras lejanas que rompen la paz del momento y la vuelven a reconstruir. Siempre con parsimonia entre bostezos y una lenta respiración. Cinco murmullos que son cinco canciones y una sola tarde verano. Nada más.
Todo impregna el espacio con un murmullo que hasta parece una canción.