He titulado esta nota con una afirmación contraria a mis creencias literarias. También con toda la intención. La peor. Porque me cuesta entender que para entregarse a la lectura sea imprescindible abandonar las rutinas; trasladarse al paraíso cuando son las letras las que viven en él. Igual son los delirios propios de una adicción alimentada desde la infancia por el opio de la palabra escrita. Una disrupción cerebral provocada, seguro, por los momentos furtivos en el rincón de un parque abarrotado de chillidos histéricos, en mitad del sopor de una clase de geografía o en plena noche mientras el resto dormía.
“No tengo tiempo para leer”. Lo escucho y procuro transmitir indiferencia. Que no se me note, vaya, la sorpresa ante tal afirmación. Sin embargo, sé de buena tinta que muchos lo dicen en serio. La brisa del verano suele oler a mar, a olas que se agitan como el borde de un vaso de cerveza; también a pinares, alas de mariposa y café con hielo.
Es cierto que en esos escenarios donde se suceden tardes enormes y ocasos naranjas, el tiempo se apacigua. Parece como si en vez de perseguir la vida, uno se dejase llevar por el revuelo de las páginas al fin arrancadas al frío, a las agonías del asfalto y a la escasez de instantes tan placenteros. Así que, aun convencida de que los libros no sólo son para el verano, reconozco que es él el padre de todos los dealers.
Para aquellos dispuestos a someterse a los efectos narcotizantes de las lecturas estivales, hacemos un repaso a lo mejor de la temporada. Desde el noir nipón de Seicho Matsumoto, al sueco de Henning Mankel; de los recuerdos convulsos de la Barcelona de los años 30 evocados por Lorenzo Silva y Sonsóles Ónega, al himno a la memoria decretado por Aramburu. Es posible que muchas —no todas— de las Sinsombrero de 27 se adhiriesen al feminismo liberal y contemporáneo de la Afrodita de María Blanco. Para superar la claustrofobia (física e ideológica) bajo los Túneles del muro de Berlín, nada como la poesía incesante de Miguel Hernández, la prosa implacable de Bolaño, los apasionantes mapas editados por Aventuras Literarias o La Sed ilustrada y no saciada de Paula Bonet.
Después —ya metidos en septiembre— llegará Marías, una nueva entrega de Falcó, otro Bolaño, esta vez inédito; un Paul Auster renovado y el resto de títulos que las editoriales se reservan para construir una rentrée mucho menos terrible. De eso ya hablaremos. Y leeremos. En otoño.