No eran exactamente esos los cojines que quería y que tanto había estado buscando. No eran, por tanto, los que debían ocupar plaza en el sofá. Tal vez más adelante pudiera cambiarlos. Sólo hacía falta encontrar aquellos que una vez imaginó, con la forma perfecta, un estampado precioso, muy mullidos y que se adaptaban perfectamente a su lugar. Seguiría buscando.
Las cortinas no estaban nada mal. Eran de una tía suya a la que realmente apreciaba. Cada vez que iba a su casa siempre se fijaba en ellas y pensaba. “Algún día tendré unas así”. Cuando ella murió, no dudó ni un instante en pedirlas pero ahora ya no era tan seguro que fueran las correctas. Algo fallaba. Seguiría buscando.
Sobre la mesa ya tenía lista su taza de café humeante. Odiaba esa vajilla. Era un regalo de su madre y hasta que no se rompiese la última pieza no podría cambiarla por otra nueva. Estaba deseando y ya tenía vistas unas cuantas, pero aún no se decidía. Seguiría buscando.
Abrió el libro por donde dictaba la marca y volvió a sentir la misma sensación de atragantamiento. Esa maldita novela, que tanto se la habían recomendado, era sencillamente infumable. Llevaba casi cien páginas y aquello ni iba a ninguna parte. Deseaba profundamente encontrar una lectura que mereciese la pena pero no encontraba nada de su gusto. Seguiría buscando.
Suenan por el equipo de música cinco canciones elegidas con tiempo y mucho esmero. Cinco canciones y un café que deberían ser las más indicadas para un momento tan delicado como este. Escogidas entre todas para suspender en el aire las partículas de polvo iluminadas por el sol de la tarde. Perfectas para ahora mismo, aunque probablemente mañana ya no servirán. ¿Y entonces? Entonces seguiría buscando otras cinco canciones y un café.