Bandadas de aves sin rumbo cruzan el cielo al caer otra noche salpicada de estrellas. Son las últimas en regresar a su nido y son las últimas enviadas para marcar el tiempo y el destino. Su vuelo sólo interrumpe el sueño de aquellos que nunca lo concilian. Baten sus alas para ellos y crean a su paso pequeñas visiones. Su sonido crea un puñado de canciones sin sueño.
Todo lo ilumina una nueva luna llena y quizás sea ella la responsable del desvelo de los que siempre cierran los ojos para ver. Esos que cuando los abren sienten que un frío intenso recorre sus insatisfechas almas. Son soñadores perdidos entre el ruido. Para ellos suenan las canciones sin sueño.
Se mueve el viento con el bullicio de las hojas de los árboles que se niegan a caer somnolientas de la rama porque recuerdan la tibieza de la primavera y el calor estival. Rehúsan hundirse en el olvido, en el pasado. Pero saben que son efímeras y que nunca tuvieron más sueño que el de permanecer. Ahora, con el otoño a las puertas, cantan canciones sin sueño.
Dicen que la noche es para recordar lo vivido y para imaginar lo que nunca ocurrió. Pero nunca se supo que les pasó a aquellos que se fueron aburridos de no soñar o a aquellos que se rindieron al dolor. Esos que jamás entraron en el juego de cantar una maldita canción. Aunque fuera escrita por aquel que compuso mil canciones sin sueño.
Aún queda mucho para que vuelva a salir el sol y los párpados vigilan que nada ocurra alrededor. Las cuencas parecen vacías; vacías de esperanza y de amor. Y aunque no lo parezca ni nadie las escuche, suenan por todas partes las notas insomnes de unas canciones sin sueño.