Y al séptimo día descansó, más que nada porque la noche anterior parecía no tener fin; fue un no parar. Antes vinieron un lunes y un martes y un miércoles… jornadas para almacenar ilusiones y crear expectativas.
“Sábado noche, no te resistas. Sábado noche, al fin llegarás. Sábado noche, serás mío”, se decía cada mañana al despertar. Pues ya llegó, ya está aquí. Y vino el tiempo de los preparativos para que realmente fuese un sábado intenso. Único. Interminable. Quizás sería como todos (o casi todos) y al final no habría más que cansancio y decepción. O tal vez no. La simple esperanza de la duda ya le valía la pena. Porque, tal vez la próxima semana fuera distinta y al llegar a su fin podría decir eso de “viernes, estoy enamorado”.
Y así despertar de su sueño por soñar.