Ahora que parece que hay algo más de tiempo, es el momento de hacer balance. Tampoco mucho ni muy intenso. Algo ligero y breve. Calibrar que fue lo que valió la pena y que es lo que más vale olvidar. Y mientras suena una música, justo la que siempre quisiste que formara parte de tu banda sonora pero que siempre pusiste en último lugar.
No requiere mucho esfuerzo, tan sólo pensar en lo que más dolió. En las desilusiones y los sinsabores. Ese día en que se te rompió el corazón, cuando te ahogaste en río subterráneo de lágrimas. Ese momento de rabia, de pena, de dolor. Y mientras suena una música, la que siempre consuela.
Tacha del recuerdo los días grises. También los martes negros y los que fueron un auténtico marrón. Aquellos que viviste al rojo vivo y te quemaste y los que te dejaron helado. Deja sólo los que revives cada noche. Piensa en ellos. Y mientras suena una música, la que late en tu corazón.
Llegó la hora de poner cada cosa en su sitio. El desorden sólo acumula confusión. La duda se despeja al encontrar un hueco en la razón. Los sentimientos por un lado, los objetivos en la mano, aprieta fuerte el presenta. Y mientras suena una música, esa que guía tu futuro y tu mirada.
Atrás quedan aquellos momentos de desgarro y seguramente vendrán otros pero ya serán distintos. Tan diferentes como tú cuando salga otra luna, cuando se ponga cada noche el mismo sol. Y mientras suena una música, esa que eliges sin saber por qué. Como todo lo que haces, como todo lo que vives.