Por la ventana se cuela el cadencioso olor del jardín. Su ritmo marca las horas día. Más fresco y ligero al despuntar las primera luz, plano y brillante cuando el sol alcanza su cenit, espeso y lento en las primeras horas de la tarde, bullicioso y parlanchín al anochecer e inmenso y callado al bañarse en la luna. El nombre del juego es simple, respira y siente.
Nunca aparece el tiempo preciso para escuchar las fragancias que nos envuelven. Para detenerse un momento, asomarse al exterior y acariciar los colores que nos rodean. Quizás mañana, tal vez la próxima semana. Dejemos por una vez de mirar el reloj y olvidamos la tarea en un rincón. Cambiar. Iniciar de una vez el cambio que nunca llega.
Toda la vida persiguiendo rubíes y diamantes que no valen nada para que al final la música siempre resuene en nuestro interior aunque cerremos las entradas a cal y canto. No importa, porque son recuerdos y sensaciones. Son sueños y deseos. Son las esperanzas no cumplidas. “Una mala racha”, nos consolamos. Es posible. O son estos pasos que siempre caminan en mala dirección.
Una vez te pregunté y no supiste responder. Y porque una vez te pregunté, no deberías pensar que nunca encontraremos la canción. Siempre estuvo ahí y siempre estará. Déjala que brille con su luz, que extienda sus brazos y exhale su aroma. Respírala, siéntela.