El asesino, al acecho, esperaba a su víctima oculto entre las sombras. No le importa quién era, no tenía motivo, no tenía prisa… Era una nueva pieza para añadir a su colección, un nombre más en su lista, un caso policial abierto y sin solución. El asesino esperaba entre las sombras y allí se encontraba tan a gusto que quizás no saliese nunca.
El sol convierte los barrotes del ventanuco en manecillas que marcan el lento discurrir del tiempo. Pasan los minutos, las horas y los días. Pasan las semanas, los meses y los años. Pasa lentamente la condena de por vida y con ella la sombra de los crímenes cometidos.
El muro sostiene el último aliento de aquel que pasó su jornada bajo un fuego abrasador. Un poco de agua, un momento de descanso y de vuelta al trabajo para cavar una zanja infinita sin principio ni final. Un poco de sombra, un respiro nada más.
La bala en la recámara apunta directa al corazón. El preso y el guardián cumplen condena juntos, vigilándose estrechamente. Uno se quiere fugar. El otro también. Sin embargo algo les retiene allí, en el presente, un lugar extraño que separa el pasado y el futuro. Como la línea que separa el sol y la sombra.
La brisa suave arrastra a su paso errores y desilusiones. Son los recuerdos y las cicatrices de una vida agotada antes de empezar. El silencio se enreda en los pensamientos que se enredan en el verano que nunca termina, nada se mueve. Mientras tanto la Tierra gira, los continentes se separan y en la sombra alguien entona su última canción.