Aunque murió sin conocer la fama, no hay música más influyente que la de Johann Sebastian Bach, influjo basado fundamentalmente en los tres pilares en los que el gran músico de Lepizig puede considerarse un maestro, la ornamentación, la fuga y la variación. Los primeros que le rindieron un admirado tributo fueron sus propios hijos, cada uno con un estilo diferente, Wilhelm Friedemann –el Bach de Halle-, Carl Philip Emanuel –el Bach de Berlín, el Bach más famoso de su tiempo- y Johann Christian, -el llamado Bach de Londres o Bach de Milán-. Después, desde Mozart a Schönberg, desde Haydn a Mendelssohn, desde Brahms a Strauss, desde Beethoven a Shostakovich, muy pocos han sido los compositores que en cierto modo no se hayan sentido el omega de un alfa llamado Bach, nacido un 31 de marzo de 1685*.
También nacido un 31 de marzo, esta vez de 1732, con poco menos de treinta años Joseph Haydn entró al servicio de una de las familias aristocráticas más importantes del Imperio Austrohúngaro, los Esterházy. Este hecho, con escasos precedentes en el panorama musical de la época, hizo que contase con un sueldo que le permitió desarrollar sus capacidades como compositor de sinfonías, música de cámara, música sacra y ópera con extraordinaria libertad. Gracias a todo ese tiempo y dedicación, Haydn pudo impulsar las formas definitivas de la sonata y la sinfonía, los dos géneros instrumentales que dominaron el clasicismo y todo el siglo XIX, de una forma que es al mismo tiempo extraordinariamente accesible y sofisticada, ligera y seria. Este concepto acabó por convencer a todos aquellos que llevaban años quejándose de la falta de carácter de la música galante en su reacción contra el grave estilo barroco.
* Aunque la fecha oficial del nacimiento de Johann Sebastian Bach es el 21 de marzo, la real coincide con nuestro 31 de marzo. En los estados alemanes protestantes la reforma del calendario juliano en 1582 por medio de la bula papal Inter Gravissimas de Gregorio XIII fue asimilada a la Contrarreforma católica y, por tanto, rechazada. Habría que esperar al 13 de septiembre de 1699, más de 100 años, para que los estados protestantes de Alemania terminaran por adoptarlo para reencontrarse con el ritmo exacto de las estaciones y la liturgia, diez días de diferencia entre un calendario y otro que terminaron por aceptar, no de muy buena gana.