Que pasen 25 años de algo es la prueba definitiva de la Teoría de la Relatividad del amigo Einstein. Porque nos sorprende que haya pasado tanto tiempo de algunas cosas que hubiéramos jurado que han pasado como quien dice ayer, porque nos acordamos perfectamente de ellas, y de otras diríamos que han pasado al menos 10 años más. Y seguramente, alguien con 25 años pensará que ya es un adulto de los de adulto, adulto, y para muchos de mi edad (tampoco son tantos, ¿eh?), no habrá pasado apenas de merecer el apelativo de pipiolo. A punto estamos, por ejemplo, de cerrar el vigesimoquinto aniversario de cualquier cosa que pasara en 1989, y seguro que repasando acontecimientos, estamos de acuerdo en lo relativo que es el tiempo.
En 1989, por supuesto, cayó el Muro de Berlín y un valiente se plantó delante de un tanque del ejército chino en Tiannamen, y de eso nos acordamos casi todos. Pero también se lanza el primer satélite para eso que todos llevamos en nuestros móviles algo llamado GPS, se hunde el Exxon Valdes, se funda el diario El Mundo, Alianza Popular se cambia el nombre y se convierte en el Partido Popular, muere Fernando Martín y nacen Los Simpson y la Game Boy de Nintendo. Se inaugura la pirámide del Louvre, al rumano Ceacescu se lo cargan y Estados Unidos invade Panamá. Hechos que más o menos todos recordamos con nuestra propia relatividad, en un mundo que parecía salir de la guerra fría para caminar hacía una época de esperanza, aunque luego, y como suele pasar, la alegría fuera por barrios.
¿Y el cine? El cine encaraba el final de la década de los 80 con algunas características que no han cambiado tanto como podría suponerse, y otras que parecen definitivamente olvidadas por el tiempo. Muestra de lo primero es que la película más taquillera del año fue un título que hablaba de… superhéroes: el Batman de Tim Burton, aunque es cierto que no existía la proliferación del presente y la casi consagración como género cinematográfico. Pero valió como confirmación de que el camino estaba abierto. Había más salas de cine y eran más grandes, y aún existían colas kilométricas en el cine ante los estrenos más esperados, como Indiana Jones y la Última Cruzada, Cazafantasmas II o la segunda entrega de Regreso al futuro. Y viendo los títulos nombrados, empezaban a cocerse la creación de eso que ahora llamamos “sagas”, y que antes eran segundas, terceras y lo que diera de sí partes de un mismo tema. A internet se le llamaba videoclub y a descargar grabar de la tele, y si bien la industria del cine refunfuñaba un poco por la pérdida de espectadores, si hubieran podido ver el futuro como Marty McFly, lo mismo hubieran dicho aquello de “Virgencita, que me quede como estoy”.
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